La historia que os voy a contar es un claro y fiel reflejo de la vida misma. La historia relata el esfuerzo y trabajo de una pareja de golondrina común para procrear y criar a la siguiente generación. Habla de la dureza de la naturaleza, pero también de lo hermosa y fascinante que puede ser la naturaleza. Y esa historia comienza a primeros de junio, en un pequeño pueblo del lo que yo llamo «El Terruño».
En realidad la historia comienza mucho antes de junio. Mucho antes de que esa pareja de golondrinas construyera su nido en un pequeño pueblo del Parque Natural del Alto Tajo. La verdad es que esta historia que hoy os quiero contar comienza cuando se me ocurrió documentar los nidos de color blanco, tan curiosos, que los aviones comunes construían en un pueblo a las afueras de la ciudad de Guadalajara.
Esos nidos, eran peculiares precisamente por su color blanco. Es uno de los pocos lugares de la Península Ibérica en el que los aviones construyen sus nidos de color blanco. Y ello es porque utilizan la materia prima que encuentran más a mano: el caolín de una planta de tratamiento instalada en el propio pueblo. Si no has visto el vídeo de estos aviones comunes y sus nidos blancos, lo encontrarás pinchando en este enlace.
Pero centrémonos en la golondrina común
El caso es que tras descubrir los nidos blancos de los aviones comunes, me interesé por la especie y también por sus «primos hermanos» las golondrinas comunes. Estas dos especies de hirundinidos (llamados comúnmente golondrinas), tienen una vida fascinante. Pueden recorrer miles de kilómetros desde el centro o incluso el sur del continente africano hasta la Península Ibérica para pasar un verano mas fresco, y volver de nuevo a África cuando el verano toca a su fin en nuestras latitudes.
En el intervalo estival entre ambas migraciones, las golondrinas instalan sus nidos en las cornisas de nuestras casas, bajo nuestros balcones, o incluso, como veis en la fotografía adjunta, aprovechando el cable de un farolillo a la entrada de mi casa. En estos nidos depositan sus huevos y los crían hasta que los polluelos son lo suficientemente grandes e independientes como para iniciar de nuevo la migración a África.
Por favor, no os fijéis demasiado en las fotos de este artículo. Casi todas las fotos que verás aquí pertenecen a los polluelos cuando se decidieron a volar del nido y pasaron su primer día en una noguera cercana a la casa donde vivo. La verdad es que no he podido documentar el proceso con la suficiente calidad. Pero si que he estado presente y viviendo día a día como estos polluelos de golondrina común crecían y se desarrollaban, y es la historia que te quiero contar ahora.
Los comienzos fueron muy duros
Como te decía, corría el mes de mayo cuando una pareja de golondrinas terminó de construir su nido y la hembra deposito los huevos. Lo hicieron al mas puro estilo de los nidos de golondrinas, en la esquina superior de la entrada a mi casa de terruño.
Los huevos se desarrollaron y tras varios días eclosionaron. Poco a poco los padres fueron alimentando a estos pollos que fueron creciendo, pero un día, a primeros de junio, la tragedia sorprendió a la pareja de golondrinas casi de improviso.
El nido estaba anclado sobre una pared vertical, y con el aumento de peso de los pollos, día a día, llegó un momento en que el nido no pudo soportarlo y se desprendió de la pared. Esto sucedió además, cuando yo estaba fuera de casa. Así que cuando llegué me encontré con un nido volcado boca abajo en el suelo de la entrada de casa, y los 6 pollos, que aún no habían crecido tanto como para aletear y amortiguar la caída, murieron por el impacto, bajo el propio nido.
Jamás había visto un comportamiento animal como el que ví en los dos siguientes días. La pareja de adultos de golondrina, continuó acudiendo con comida al lugar donde había estado el nido, durante algunas horas. Cuando llegaban a la entrada y no encontraban el nido que había estado allí, comenzaban a piar con lo que a mi me parecía ser un grito lastimero, tratando de descubrir dónde estaban sus crías.
Así pasaron más de 24 horas. Los padres regresaban a la casa, la rodeaban volando y piando lastimosamente, esperando encontrar a sus polluelos. Y al no recibir respuesta volvían a irse volando, para volver poco tiempo después a repetir el proceso.
Comenzando de cero… otra vez
Casi 48 horas después, la pareja de golondrinas cambió el chip. En los siguientes dos días encontraron un nuevo lugar donde construir un nuevo nido. Esta vez subieron a la planta de arriba, y en lugar de anclar el nido a una pared vertical, decidieron construirlo alrededor de un cable de luz de un farolillo exterior. Puede parecer un lugar peor, pero creo que en este sitio el nido aguanta mucho más peso, sustentado y colgado al mismo tiempo de un cable que cuelga del techo. ¿Son así de inteligentes los pájaros? Quién sabe, pero yo diría que si.
Varias semanas después, los huevos eclosionaron, los polluelos crecieron, y nos ponemos casi casi a mediados de agosto. Es entonces cuando una mañana, como otra cualquiera, los polluelos empezaron a piar de una manera que no lo habían hecho nunca. Parecían más ansiosos y nerviosos que en las semanas anteriores.
Esa mañana, y poco a poco, de uno en uno, los polluelos fueron dejando el nido. Salieron del pequeño porche en el que se encontraba el farolillo donde se habían instalado, y dieron su primer vuelo, junto a sus progenitores, alrededor de la casa de campo del Terruño.
Por suerte para mi, esa mañana estaba yo presente en casa, así que en cuanto escuché el alboroto que venía del nido, cogí mis prismáticos y mi cámara, dispuesto a fotografiar lo que fuera a ocurrir. Y las fotos que tenéis en este artículo son fruto de esa mañana tan curiosa y emocionante, cuando pude observar como los polluelos salían uno a uno del nido y volaban piando de alegría junto a sus padres.
No se fueron lejos, dieron un par de vueltas de prueba y terminaron aterrizando en los cables telefónicos y en las ramas más altas de una noguera que había enfrente de casa. Allí posados, pude apreciar 5 polluelos (se les nota porque tienen la cola más corta y una franja blanca de plumas bajo el cuello) y dos adultos, los padres, de cola más larga y la misma franja de plumas bajo el cuello, pero de color rojo.
Pero esta historia aún no ha terminado…
Ni mucho menos. Estamos a mediados de agosto, los pollos han volado del nido, pero cada noche regresan todos al mismo lugar, incluidos sus padres, para pasar la noche, dormir y reponer fuerzas. Y lo más curioso es que ahora que son grandes, ya no caben todos dentro del nido… así que tienen que dormir agarrados al cable de la luz, o sobre el borde del nido… me consta que hay peleas por ver quien pilla el sitio más cómodo dentro del nido 🙂
Esta historia no ha terminado. Los pollos tienen que seguir creciendo más, tienen que mejorar su capacidades de vuelo y de cazar alimento, también en vuelo. La dieta básica de la golondrina común se basa en los insectos que atrapa en pleno vuelo, así que mejorar su capacidad de vuelo es fundamental.
Pero mejorar su capacidad de vuelo no solo es fundamental para alimentarse. A finales del verano, tanto los padres como las nuevas generaciones emprenderán un largo, larguísimo vuelo hasta África.
Así que todas las mañanas veo partir a los polluelos, acompañados de sus padres. Imagino (y supongo) que durante el día los adultos enseñan a las crías a volar, todos los truquitos posibles para cazar en vuelo y alimentarse. Pero también les enseñan experiencias valiosas para enfrentarse a un viaje tan largo y cansado como puede ser volar hasta África, ¡sobre todo para unos pajaritos que en estado adulto no pesarán más de 40 o 50 gramos!
Amig@s, espero que esta historia, aunque larga, os haya gustado.
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